lunes, 20 de enero de 2020

La ventana y eso de no tener agua en casa




Veo un cerro de color arenoso, parda la tierra y un verde turquesa apagado en las ramas secas; veo una callecita desolada que los vecinos llaman “avenida”; veo a un hombre fumar en una esquina bajo un árbol de tamarindo; veo una venta de hamburguesas clausurada; veo un terreno baldío sembrado de óxido; veo un aire turbio, una arenilla impúdica y sin ley, sin color, sin árboles, sin nombres y sin quiosco de periódicos.

Estoy asomado en la ventana del cuarto piso de un condominio social en el centro de Maracay. Aquí estoy con mi torso desnudo y pensativo enmarcado en este rectángulo de luz encielado  que rebota en el cerro El Calvario, cae en el cemento vidrioso del estacionamiento del edificio y se eleva nuevamente hasta mi pecho de hombre soltero y sin franelas limpias.

Es sábado, es enero, es el año 2020 y el agua llega al apartamento a las 8:00pm. Mientras tanto la sensación de otra vida acecha a las 10:15Am. La fantasía y la desesperación comienzan a actuar en la escena de mis pensamientos ansiosos. Lo que imagino tener y lo que no tengo luchan tibiamente en la sala del apartamento. Las cosas, las baldosas, los cuadros, las sillas, los libros, las fotografías, siguen siendo las mismas cosas en ambas dimensiones. La imagen de los muebles en una fiesta después de que todos se han ido se repite una y otra vez en la realidad y en la fantasía. Nada pasa; nada sucede. “Todo es posible”, diría el hombre que me habló ayer mientras esperaba mi turno para pagar 3 kilos de harina, un kilo de azúcar y una barra de mantequilla.

Es la limita certeza de sentirse vivo. Esta es una idea que poco a poco, como un síntoma, se hace otro cuerpo en mí, otra sentimentalidad, la posibilidad de vivir así toda la vida, solo, con el cuerpo y el aire en los pulmones, sin música de fondo, sin paisaje, sin el futuro del niño y sin la recia y divina vitalidad del pasado del hombre. Llaman a mi celular. Número equivocado. La voz del otro lado del teléfono parece la voz de un hombre. Todo es imperceptible, incluso los errores y las coincidencias.

Quizás debería defender los paseos por la ciudad.
Decido ir de paseo. Joana no quiere acompañarme.

En la calle preciso cada uno de mis pasos y veo con mis ojos lo que para mí era una sospecha sonora: Nos queda una idea de arquitectura y algo de teología en las iglesias de la parroquia “El Milagro” (el barrio de los malandros regenerados y convertidos al béisbol) y en la iglesia de la parroquia “El Carmen”, donde los niños tienen serpientes como mascotas.

La iglesia serbia ortodoxa del barrio Lourdes fue abandonada.

De resto, todos los pórticos y fachadas han sido destruidos por el silencio administrativo de los cuñados y las mafias. Allí están todavía las casas de Gómez detrás del edificio “Cantaclaro”; el barrio de cristianos, el barrio “El Carmen”, tiene otros límites imaginarios; el barrio de los judíos catalanes cerca de la Estación Central ha sido tomado por los negros de Ocumare y la buhonería de un guajiro desalmado; el museo antropológico de la mala suerte donde una vez intenté besar a una francesa; el teatro municipal, la Federación de Cámaras y Asociaciones de Comercio de Aragua, el cine Capri, las fuentes, todo ha sido abandonado como el tigre de bengala y moribundo del zoológico “Las Delicias”.

Regreso: La avenida Las Delicias, cruzo por La arboleda, la calle Sucre.
Veo a un sunnita tomando fotos en el parque de “Las Ballenas”. Sé que es sunnita por el tatuaje de espada en su antebrazo izquierdo.

Lo mejor siempre es volver a casa.
En las calles se respira esa atmósfera de ídolo.

Ya en casa respiro de otra manera, sofocado, y el rectángulo de la luz de la ventana parece cubierta por un velo negro rasgado por una gigantografía.
Las sombras ya son sombras de otras cosas.
Lo que veo, ahora, lo veo por el intersticio del velo negro rasgado por este titán que me parece conocido.
Ahora veo el cerro y los colores con sus nombres en latín: nigrum, purpureus, ruber, vitellinus, albus, brunneus, canescens y el vago sonido a sonajera del crecentia cujete del cian.

Alguien quiere hablarme desde el tiempo.

Lo que escucho son piedras en la boca o sonidos silvestres, el eco de las plegarias de niño, el sonido de las postergaciones y de lo inevitable.

Lo inevitable es esa arenilla impúdica que se me pega en el rostro mientras camino por la calle Vargas.

No hay agua. No me puedo lavar la cara.

Los nombres son impuestos por esos sonidos, por el dictado de las ventanas y las necesidades.

“Tu rostro ahora se llamará Petrus”, parece que dice el viento entrando por la ventana con su velo negro.

Así hemos vuelto al mundo de las necesidades (el Estado de naturaleza), que es una experiencia y no pasa por el intelecto, pero se mimetiza y puede ser un espejismo apagado o un pensamiento. El Estado de naturaleza es una metafísica concretísima que reclama y se impone en las sensaciones, en los sonidos y en las palabras.
El “Estado de derecho”, en cambio, es otra música, una armonía, una proeza humana que convierte a la tierra de los hechos en el cielo de las hipótesis y describe cada acto y cada nube en un código de 1494 artículos. Es la música de los códigos en las calles, en las fiestas, en cualquier templo. Así el hombre baila y guarda todas sus apariencias en los álbumes familiares.

Pero nosotros hemos quemado todos los códigos y todos lo álbumes familiares.
Aquí, en Venezuela, en Maracay, la ciudad del titán, hemos vuelto al Estado de naturaleza en pleno s. XXI y lo que nos queda de civilización son alucinaciones que hablan un latín de isla y cenizas.

Éramos andaluces y lo sabíamos.
Nosotros también estuvimos en la batalla de Cartago.

“Un brazo de la noche
entra por mi ventana.
Un gran brazo moreno
con pulseras de agua”.

Ahí están la casa de los arcos, La Maestranza “César Girón”, el temblor y la tos de los grifos de la casa a las 7:57Pm.

Esto de no tener agua cambia el nombre de los colores y el destino de cualquier hombre.
La sala, el comedor, mi habitación, la cama: Impresentables.
Debería lavar el baño.

Joana llega a las 9:00Pm. Veremos esa película de Tarantino.

Espero no se vaya la luz.