Al llegar busco que las
cosas me recuerden como solía vestir en aquella época de aquél 19 de huesos:
Ventana, cortina, florero, revistas, bluyín, franela, sin correa y sin medias, y
de repente, suena Gershwin, ¿Esto es una burla?; no, tonto, -me digo a mi
mismo-, es una hermosa casualidad que la música de la adolescencia continúe
como si nada, como cuando Fray Luis de León regresó de la cárcel y le dijo a
sus alumnos: “Decíamos ayer”. Ahora soy yo quien regresa a esta cátedra sin
recapitulación después de seis años… 1) Cecere, 2) Iñiguez, 3) Carrero, 4) Guzmán,
5) Bueno… Seis años de perfecta ausencia, seis hermosos años sin listas, sin
secretarias, sin libros decorativos, sin música de fondo casi imperceptible;
pero sí, es inconfundible, la pequeña musiquita en mi oído memorioso sí es Rhapsody
in Blue, Jajajaja… ¡La vida no es muy seria en sus cosas, eh Rulfo! Como la
gelatina roja, el azar y estas ganas de convertirme en ciclista, de escribir, de
estudiar Botánica, de aprender a dibujar para crear mis propios tatuajes en el pecho
blanco de ramas morenas. Soy una hoja que cae. ¿Habré olvidado el dinero en el
asiento de atrás? Con todo ese calor, el olvido es sudor. Espero: Recuerdo, el
aire acondicionado es cuenta regresiva, máquina del tiempo en pastillas: Las
niñas con traje de baño de mujer juegan con botellas de vino a orillas del mar,
pero han pasado tantos años desde aquél día en la playa y el rompe olas en la
cara con flores de loto petrificadas en el pensamiento. Por aquellos años usaba
sandalias (sonrío y Cecere pasa) y algunos de mis amigos me llamaban “Cristo” (sonríe),
el Cristo de las escaleras y ascensores, los mismos malditos ascensores que se
repiten por el mundo y se elevan al cielo anestesiado por cables de alguna compañía
Tailandesa. Pienso: ¡Tanta literatura inútil estos años!: Bryce Echenique, Jack
Kerouac, Blas Otero, Queneau y algunos poemas de Rafael Cadenas. ¡Ah, mira, es
la misma secretaria! ¿O seré yo?, ¿Quién será Iñiguez? El mejor escritor era
Alain Robbe-Grillet, hoy, uno más para mi lista después de ese poema de Cadenas
de tres versos, algo así como un pájaro que cruza el aburrimiento. Iñiguez es
la mujer gorda como los poros de una naranja. Mi pie, ahora forrado con un
zapato italiano de cuero negro, picotea en el clarinete de Gershwin y suenan
mis huesos preguntones de tanto esperar sentado; mejor iré a fumar al pasillo,
allí abre y cierra el ascensor, el sonido seco y constante de la compuertas
alivian a mis nuevos huesos que no se acostumbran a la espera mientras el
espejo encerrado lleva y trae una cantidad de clientes que con sus maquillajes
de pared hinchan la materia hospitalaria que hoy me da otra vez la bienvenida.
Afuera el tiempo es un pupitre, adentro un sillón de cuero marrón. ¡Oh, no!,
acabo de recordarlo, yo tenía una mascotica virtual. La gorda y sus poros ya no
están, es escarcha pesada como la gravedad de los ascensores, pero me sonríe. Me
levanto, pasos de cuero sobre las misma cerámica de hace seis años, una piscina
de lotos que me separa de la locura; entro, cierro la puerta, desde aquí Gershwin
parece un asunto de hace siglos.

1 comentario:
Algunas cosas se mantienen intactas a juzgar por la cordura.
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