Fue Miguel Hernández quien escribió
desde la cárcel a su amada Josefina “las ratas me cagan en la azotea del
pensamiento”. Él y sólo él, ella y sólo ella a pesar de los días no encontrados. Miguel ya era canto enfermo, Josefina, la cura dentro de los muros,
y la guerra civil española un Picasso por todas las raíces de España que pronto emergerían, pero estalló. El cubismo es una estafa, los años
han pasado, ahora todo cáliz es de vitrina.
Han pasado tantos años: hay inyecciones
para todo y la moral es tristeza en la sangre.
Nos han quitado el heroísmo,
ese heroísmo de las ideas que llegan a su fin, del mar infinito, de los árboles con gestos, de la lluvia sin diálogos y los
pañuelos hinchados de astilleros, ahora sólo nos quedan las declaraciones de bluyín, franela y
mariguana; nos han quitado la belleza, ahora nos queda ese "pobre
maniquí burlado" y un montón de palabras ciegas que riman con...; nos han quitado el amor, ahora
nos queda… ¿Qué nos queda?, esperar, sentir, resistir, ¿creer?, imaginar, construir más edificios en el alma -con azotea- para que la fantasía del albañil salte como loca y mañana se peguen afiches por toda la ciudad de canciones que lo resumieran todo.
La mujer ha inventado la incertidumbre.
El amor es un siglo que se repite, pero tú que estás inconsciente de
todas mis cartas, que no me lees, inconsciente porque la mala poesía te hizo
memoriosa, tú, que dejaste la humedad impenetrable regada por todos mis libros
y papeles, que la imaginación te hace
guiños mientras engordas en una tienda de lacas y de ropa panameña, tú que también eres mi héroe, el amor que hace madurar a Dios, a los siglos y a toda la belleza sin padre ni horas, te perdiste en la madrugada como una muchacha que bebe CocaCola caliente. Y yo que moriré antes de ti, sin
guerra, sin laberintos, sin alquimia, sin tierra virgen ni bosque insomne, sin cerveza de astillero y siendo abogado
de la transparencia y de sus pequeños infiernos alrededor, hoy, con sólo una ventana
cuatro pisos más arriba, tisis en el azar y las obras completas de Balzac, las palabras me
cagan en la cárcel del pensamiento, cárcel fácil pero invisible mientras doy vueltas en la cama y desde afuera una muchedumbre me grita que un tal David Foster
Wallace es el mejor escritor de nuestra época.

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