Adinerados,
hermosos, inteligentes y tan sensibles como para pensar en dinero y al mismo
tiempo reír de lo que jamás podrá escribirse en verso. Un productor de Hollywood
aparece y ni siquiera se habla de asesinatos ni de mujeres. Los personajes no aceptarán
otra historia que ellos no quieran contar. Sigue la fiesta, la espera de que
algo sucederá y no sucede por lo lento de las paginas que ya son pliegues para
untar en el desayuno de Maury Noble o de el mismo Blockmann, ese productor de
cine, aquél que el dinero siempre lo alejó de lo que sólo podía obtener con
dinero. Esperan con la desesperación del champagne en un tren que pasa cerca de
la casa de campo y a media noche. Gloria debió tomar ese tren. Mejor, dejemos
hablar al alcohol, esa costumbre tan Nueva York 1930 que aún nos deja ese sabor
hablador tan Caracas o apartamento maracayero un Martes a las 3 de la tarde con
el Sol de cerveza encharcado en mentiras sobre contratos y oficinas, tan humano
oro entre las persianas y la cabeza sin ojos. La guerra, tener miedo al salir
de casa, escribir como esperando una bala perdida. Los amigos huyen, el penhouse ya no se puede pagar. El dinero
es ciego como un mudo, esos amigos que no saben mentir y que se parecen al
viento mezclado con ventilador. Alcohólicos de tanto viajar, tanto barco y
treinta millones de dólares que aparecen de la nada, de repente, como el
fantasma de lo inevitable, la perpetua herencia de una borrachera, de la
sangre de la prohibición, de las estampillas que vienen de Venezuela y coleccionas en los ojos perdidos de aquella mujer que conociste
en la guerra y que sólo ha regresado para decir “te amo”. De todos los motivos
mezclados con el saber y no saber, como la vida y la muerte, este nos hace
pensar en un héroe anestesiado por una literatura que quiere ser una gran y
única escena cinematográfica; no lo logra, pero el héroe… ¿Todos somos hermosos
y malditos?

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