Inventando a Génesis Sánchez
El alma y el espejo están adentro. Tenía 16 años, callaba, reía
con poquitos dientes, confesaba tener paciencia pero mostraba desinterés, nariz
que se parece al olvido, boca que jamás había probado café, cabellos o parpado
caliente y negro, ojos titilando: La vida no es una línea recta. Alguien más la
acompañaba pero desapareció detrás de su perfil seguro. Los pasos desde mi habitación
a ese día regresan hoy a cada una de estas palabras. La conocí. Llovió, no hubo
necesidad de nada más, quizás un tropezón en la acera de al frente y otro al
subir al autobús -la vida no es una línea recta-, pero nada más, ni si quiera
hubo una frase, un gesto ni un movimiento que se llamara “tiempo”, “mañana”, “número”,
“nos vemos”, “quiero”, “sueño”, nada. Los días inventarían a los días y ella,
iconoclasta, acupunturista de los sonidos que pasan como gotas, fotógrafa de
sus amigos, memoriosa como la carne y los huesos. Hablamos. Después, llamaría a
ese instante “Árbol”, palabra viril como todo lo que diría después, pero su
cuerpo jamás cesaría de parir, parir el instante entre el azar y la voluntad
pequeñita de intemperie, tan humana como creer en el destino, tan humana como
creer en el azar, tan humana como las
palabras más humildes, perfectas, “como
una madre besando a un hijo”. Ha sido un parto difícil: Un niño o primer
hombre creado mutuamente, sin lenguaje, sin palabras crudas (¿No todas las
palabras son crudas?), carne al azar con el humo de mi cigarrillo todavía
adolescente y universitario que pasa por las calles y pasillos que ya conozco,
y ella, inmune, sin calles ni hijos, reclama, censura “los espejos morales que se atreven a sonar muy alto”, “Dios sonoro del
placer”, “humo de lluvia”, pesado:
“engorda las vocales
que me quedan”
Vocales incorrectas pero sin la promiscuidad del silencio,
ese vanidoso espejo de la esperanza que nunca calla (-ahora lo sé-) y se abre
desde la espalda hasta la boca, nato en
ella, todavía ella, haciéndose una vez más entre lo que escribe o escribirá con
manos que enseñan a cruzar la calle. Depredadora y hervivora, víbora que puso huevos en lo visible pero se hace la
muerta en mis ojos, sus dos muertes, una
muerte tan grande como un cachorro ladrándole a una noria, otra que muerde sin
ladridos.
Yo he nacido sin la
altura de todo lo que ya he visto pero la conozco, no se mueve mientras duerme
y habla dormida con la frente: “yo
pregunto si es grande el viento”.
Cotidiana por la convicción de ser, ser lo único que nos queda: ¿Triviales?, quizás,
o limite de sonido como los niños que aprenden a hablar y luego a escribir,
infinito como las rodillas raspadas cuando caes del tobogán ya sin recuerdo de
el último pupitre en que te sientas, trivial, común o vulgar, repetitivo, pero
tierno, tan tierno como la ternura de ver, ver a secas, ver a CÁ-MA-RA LEN-TA
el volar de un siento colibrí en el estomago con ganas de ser ojo, bisturí o
gemido.
No dice adiós, lo arrincona, lo devuelve a las manos, allá
donde el viento es respuesta y asegura el olvido o la memoria.
Silvia Plath, Anne Sexton o ese animal extraño de la
Universidad Central de Venezuela, Martha Kornblith, y toda esa terapia de mujer
convertida en poesía, toda esa mujer enamorada que quiere hacer daño, daño
inconsciente, daño por rebelarse, enemigo de la carne y los huesos que venden
en carnicerías de perfumes y algodón, allá donde van las esposas, las amantes y
las profesionales sin motivo, destino de todas las mujeres de nuestro país,
comentan una locura como maquillajes. Pero nuestra poeta, nuestra cantante,
nuestra modelo, nuestra bailarina, nuestra fotógrafo, nuestra dibujante, (ella
ha dicho que no es nada de eso), la ternura convertida en amiga, amante, madre
o hija, nos dice sin la vergüenza que producen las terapias psiquiátricas: “No me crean cuando parezco ser inmortal;
créanme ahora que soy tan débil como el mundo en general, como los espirales de
mi espalda y los puntitos de los hombros del hombre que amo”.
Niña que me niño en el lenguaje que da, frases, versos,
recuerdos, llaneza del sonido como su voz contando dedos, ¿Indecisiones?:
Hay cosas que el hombre
debe decir con la boca abierta,
los párpados preñados
y las raíces desnudas,
desnudeces.
La nuez de Adán mordida por mujer que comienza a acariciar el
espectáculo de la vida y sin comienzos, sin nombres que la hagan así, nos dice:
“Soy rigor del adulterio”, ese adulterio
que es biblia fosforescente y que nos ha bautizado a todos en lo masculino que
es contrabando y en lo femenino que es cárcel de contrabando, pero lo femenino
que despierta como convicción, como esa niña en uno de los cuentos de Génesis
que huye de la cristiana respiración de su madre y de todo aquel vacio que es
ser mujer en el padrenuestro.
Hoy en día que quieren convertir a la literatura en absurdo
con maquina Turing, en cinismo a lo Naranja Mecánica, en hipocresía sobria, en CocaCola
preparada en casa, es descanso en la sonrisa para aquellos que venimos de la
vida y sus picaduras de mosquitos, saber que estos 16, 17, 18, 19, 20, 21 o 22
años se escriben con la palabra “alma” y la remueve con la lengua de espuma por
debajo de las piedras que piensan como sienten.
No hay una sola línea en Génesis que la califique, ni quiera
esa descarnada manera de hablar de si misma basta, es ilegible como los errores
de la inteligencia, de la inteligencia macho y hembra que decide ser lo que
escribe, porque lo que escribe Génesis Sánchez es mascara de laberinto, dialogo,
verso, guión, cuento, crónica, televisión, diario autobiográfico, burla, descripción
de flash, desvergüenza sentimental, solitaria y sin bisutería, infancia atrevida
que se lanza al futuro con los pechos desnudos de corazoncito mal sonante.
Las frases más hermosas son mujeres que se creen inmortales,
inmortales porque son lo cotidiano, la traición o la venganza, esas “gracias que me haces cuando me cuentas”.
Sólo me queda la vida en su actitud de muchacha,
muchacha sin pose pero muchacha hija, muchacha madre, muchacha sin voz, muchacha
ciega, muchacha curiosa sin ningún destino
como todos los destinos del hombre sobre esta tierra. Génesis es fin, beso dividido: “No leas de mí; si lees que sea conmigo”.

2 comentarios:
cuantas palabras Carrero... mucha belleza... pero a veces me pierdo
Tu blog es muy curioso. De esos de los que ya no quedan, con un aire un poco de los noventa, cosa que me encanta y me parece adictiva. Tus palabras embelesan y atraen de un modo mágico.
Muchas gracias por el comentario en mi blog.
Besos infinitos. <3!
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