No puedo dormir desde hace
tres días, como mi padre, que está enfermo y teme morir... Solo, en su cama,
sin sus hijos alrededor. Yo también temo morir y no estoy enfermo, o eso creo
cuando veo a mi padre vomitar y llorar, dormir abruptamente en medio del llanto,
quejarse dormido, despertar drogado y hablar dormido con parpadeos
incomprensibles, aun así, él solo, con la última fuerza de sus uñas, llega a la
cama, del lavamanos, y mide la oscuridad con sus pies y el vacío de las
sábanas. Sus pasos parecen sótanos de una dictadura o playa hermética de olas y
récipes, informes, cifras, diagnósticos, inyecciones, dietas y costumbres de
solo escuchar el corazón. Mi padre dice que la muerte no es la cesación de los
órganos, que hay algo más, pero que está aquí, entre nosotros, entre los que
todavía podemos mentir y cantar. Él ya no puede mentir (lírico sin cura), está
condenado a la función de sus órganos, glandular, irremediable, moral de
sangre, resultados, laboratorio, cerámica laica y perfil iconoclasta. Pide y
bebe, pero se ahoga con su propio aire seco,
memorioso, y se incorpora entre el pecho huesudo y las canas en las
axilas, bebe, agradece y calla. Sonríe. Aunque ahora no deja que le acomode la
nuca grande y pesada sobre la almohada, mis manos siempre reencarnan en él y el
dialogo de carne y hueso nos hace compartir anécdotas de los años sesenta, del
comandante Vallejo, de la cárcel, de sus padres a caballo, del día que conoció
a mi madre, de mi hermano, de la guerra de las Galias, de la espergesia y del
libre albedrío. La cerveza es incomunicable, es decir, invisible… eppur si muove. Ya no es como antes, —pienso,
como un niño.
Despierta. Ahora deja verse
desnudo por mis hermanas. Yo también he perdido un poco de pudor, ese cálido y
vivo pudor; ahora escribo cualquier necedad, tan súbita como cotidiana, y la
publico en El hallazgo, sin más, sin saber, para sentir por lo menos que verle morir
tiene sentido, palabras, sentido, significado: Vivir.
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