No,
no puedo escribir y fingir al mismo tiempo. Es decir, escribir ya incorpora
algo de fingimiento, que hace de la historia y las palabras, incluso de la ortografía
y el silencio, cansancio musical y dialéctico.
Yo
escucho a tiempo mío.
Escribiré,
sí, pero escribiré con los complejos y prejuicios de la vieja, familiar y
prosódica memoria, como para burlarme, cuando menos, de mi imaginación, nostálgica
de nacimiento.
Despierto
con el rostro, engullo con el rostro, pienso y siento con el rostro
judeocristiano destinado a este país mediterráneo Caribe con ínfulas de Nueva
York, Sevilla y Orán 1950.
Ahora
el paisaje es la pupila y el rostro es carne fílmica.
Ahora
todas mis poses son industriales, parecen mascaras de un Bauhaus mediocre, y en
vez de una estrella amarilla a la altura del corazón, como en las películas de
Hollywood, una foto tipo carnet del rostro será la estrella, repetitivo y monótono,
digital, vacío y parcial, pegada al cuerpo de la realidad, humillado y acribillado,
y resignado sin saber al campo de concentración web.
Todos
somos judíos 2.0
Con
el rostro también leo, releo y exagero.
Quizás
todo esto no sea más que un cosmético rápido y memorioso que acuña la misma
moneda pegada al flash de una sola cara, socrático y Warhol, memoria para lucir
y untar en el rostro serio, reflexivo y feliz.
Idiota.
Esta
no será una crítica marxista irresponsable. Es una breve descripción ingenua
pero apasionada de lo que sucede después.
Es
lo que veo, como un hechizo, como un demonio, a un idiota, sombroso y tísico,
imitador, azaroso, domiciliario, empleado y enamorado de ese otro charlatán,
reflejo, flojo y aburrido abogado incorruptible (es decir, sin oportunidades),
que lanza piedras machadianas a un gigante Robespierre de papel maché ¡Y BOOM!
¡Un aforismo de Gomez de la Serna!
“Aburrirse
es besar a la muerte”.
Tomo
la fotografía selfie antes de salir de casa al tribunal quinto civil del
Estado.
Voy
y vengo, sin oficina, sin ciudad, sin dinero, sin un arma. Solo como
propaganda.
A
trabajar, dice mi traje gris plomo, azulado bala perdida y negro hospital.
Escaleras,
puertas y jueces.
La
secretaria me dice que el juez no me puede atender.
Espero,
—le digo.
No
atenderá a nadie, —insiste.
Entonces
vuelvo sobre mis pasos como alrededor de una piscina. Salgo del tribunal que
queda en un edificio de tres pisos, cerca de lo que antes era un cine porno y
ahora es una iglesia "Pare de sufrir".
Y
ahí estoy, otra vez el cemento y yo; los taxistas y yo; el cableado eléctrico y
yo; el sol y yo; los afiches pegados ahí desde 1992 y yo.
Yo,
todos los días voto por George Orwell, y gana, invisible, sin aplausos ni
muchedumbres, gana las elecciones todos los días y gobierna desde mis metáforas
sobre la voluntad, los números y las plazas amuralladas con plumas de rata y
comuna francesa sin Flaubert.
Voy
pensando todo esto mientras el taxista calla y ni siquiera me mira.
El
taxi es la patria, le digo.
Frunce
el ceño y sonríe.
Sin
dialogo del retrovisor a la calle, de la calle al ascensor, del ascensor a la
puerta, de la sala del apartamento a... Regreso a mi habitación, al encierro, a
la portada donde sale un hombre jugando a los pliegues, regreso al prólogo, al índice,
a la pagina 106: Daguerrotipos: La esencia es una combustión de la imagen, la
luz que te separa de todas las playas oscuras y los corpúsculos de las vocales
a, e y u.
Cierro
el libro como para matar a una sombra.
No
puedo leer.
Leeré
otro libro.
El
futuro de la democracia, de Norberto Bobbio. (Yo quería ser Norberto Bobbio):
Una
cita del doctor Zhivago: "Muchas veces ha sucedido en la historia. Lo que
fue concebido como noble y elevado se ha vuelto una cruda realidad, así Grecia
se volvió Roma, la Ilustración rusa se convirtió en la revolución rusa".
Nada.
Nada
sucede.
¡Si
el dolor de cabeza pudiera pensar!
Lo
demás es cuerpo, dolor de garganta, de estómago, amputación, reproducción y
muerte; jamás pensamiento, espíritu, palabras, persuasión o mito.
Solo
recuerdos.
Recuerdo
esa novela de Celine donde los militares de la primera guerra se masturbaban
para que algo sucediera.
Nada
sucede.
Vuelvo
a donde todo comenzó, acostado en la cama, lejos de las plazas y los edificios
públicos (cerrados), lejos del ruido de los portugueses, lejos de las
secretarias, desconocidos y clientes, angustiado e injusto con la conserje y
con mi padre.
Dormido,
idiota, selfie.
También
me veo morir.
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