Philip
Seymour Hoffman
Charlie Wilson´s war, (2013).
Muere un actor y la creación
se siente… Aparece Philip Seymour Hoffman en escena, de perfil, y camina
lentamente hacia un espejo que todavía no refleja su rostro de mujer, de
travesti, de una sensación o una mirada que mantiene el llanto desesperado de un
actor encerrado en el cuerpo de un hombre obeso y pálido; pero se mira, respira
o recuerda y mastica lo que tiene que decir, se maquilla el pómulo gordo, flácido
y pegado al amaneramiento, al dialogo, y piensa que algún día va a morir, de
sida, de una sobredosis o de fuertes golpes en la cabeza, sin rabia, sin
complejos, sin premeditaciones. ¿Los personajes también son de carne y hueso?,
se pregunta, pero sabe que tiene que volver a sentir que es homosexual, o cura,
o mejor amigo, o editor de una revista de rock, o cualquier otro maldito desesperado
por la estupidez del progreso y la honradez que aconseja quitarse todas las mascaras.
Vuelve a mirar con la mirada
de máscara, racional, real, pura, limpia y lógica mirada de máscara caótica: Sólo
ha sido un amante celoso que ahora, también, mira su sangre entre pedacitos de
espejo esparcidos en el piso de una habitación oscura de paredes púrpuras y
perfumadas por un detergente barato, seco, blanco, que mi madre usaba cuando
vivía sola. Y se apagan las cámaras.
Ahora imagina el pasado de uno
de sus personajes cayendo de un decimo segundo piso. Es que sus pestañas son
demasiado rubias para dejar de imaginar, de pie y con su frente desnuda mientras
alguien más le habla, Robert DeNiro o el vigilante nocturno de la Metro Goldwyn
Mayer.
Nada de eso está en el guión, Philip;
escribo mientras él actúa en mi imaginación, la horizontal, la de voces como
palabras.
Ya sé, ya sé lo que vas a
decir, que nadie lo sabe ni lo sabrá jamás, que para no distraerte piensas que
los personajes tienen un pasado común con el tuyo, y que cuando actúas o creen
que actúas, los gestos, la voz y el mismo personaje aparece con la sencillez
intima de los espejos, que sólo coinciden con la realidad.
Es como cuando no decimos nada
a nadie (“yo sé algo que tú no sabes”, canturrean los niños), pero nos miran, todos
los demás extrañamente nos miran, y esperan, quizás confundidos, que seas
breve, que quemes todas las máscaras en un saludo por la mañana, “goodmorning…”,
y subes a tu apartamento en Nueva York, indiferente y más delgado. Callan. Adivinas.
Muere un actor y la creación
se siente herida.
Flawless, (1999).
No hay comentarios:
Publicar un comentario